Qué hace de Reykjavik una verdadera smart city

Tras implementar una serie de iniciativas y tecnologías de información para mejorar la calidad de vida de sus habitantes, así como para reducir su impacto ambiental y optimizar el uso de los recursos, la capital de Islandia es considerada una de las ciudades “más inteligentes” del mundo.​

Con poco más de 120.000 habitantes, Reykjavik, la capital de Islandia, es mucho más que una ciudad que destaca por sus inviernos con apenas cuatro horas diarias de luz solar y veranos con noches tan claras como el día. Es, por caso, un smart city que se alza como un ejemplo a seguir.​

Pero, ante todo, ¿qué se entiende por smart city? Es, como lo indica su nombre en inglés, una “ciudad inteligente”, es decir, una urbe que utiliza tecnología -como sensores, dispositivos de Internet de las Cosas y análisis de datos- para mejorar la gestión de los servicios públicos y la calidad de vida de las personas que la habitan, optimizar el uso de los recursos y disminuir, de este modo, su impacto ambiental. Es, en otras palabras, una ciudad que busca crear un entorno más eficiente, conectado y sostenible, y entre cuyas ventajas se encuentra la reducción de costos y de la huella de carbono, además de la generación de oportunidades de negocio y creación de empleo en el sector tecnológico.​

Reykjavik, ubicada en la costa oeste de Islandia y con vista al océano Atlántico, lleva varios años transitando el camino que le permitió convertirse en una smart city. La ciudad empezó a implementar iniciativas en la década del 90, con soluciones para la gestión de la energía y del transporte público. Sin embargo, el proyecto de convertirse en una ciudad inteligente se aceleró en los últimos 12 años, cuando la capital de Islandia estableció una visión estratégica para el desarrollo sostenible y la innovación urbana. ​

Desde entonces, se desarrollaron acciones y proyectos en áreas como la energía, el transporte, la gestión de residuos y la educación. Entre las iniciativas más destacadas, se encuentran la implementación de un sistema de transporte público que utiliza datos en tiempo real para optimizar las rutas, mejorar la eficiencia del servicio y reducir los tiempos de espera; la instalación de sensores, tecnología LED y medidores inteligentes para la gestión eficiente de la energía y el agua, y el fomento de la participación ciudadana a través de plataformas digitales y aplicaciones móviles. También, la ciudad cuenta con una buena cantidad de cargadores de energía para vehículos eléctricos.​

Además, Reykjavik estableció objetivos ambiciosos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, promover la energía renovable y la eficiencia energética, y mejorar la calidad del aire y el agua.​

Con todo, esta ciudad de poco más de 270 kilómetros cuadrados podría ser un gran ejemplo para las urbes de América Latina que busquen mejorar la calidad de vida de sus habitantes, a través de la innovación y la sostenibilidad, adaptando las iniciativas a sus necesidades específicas. ​

Para ello, países como Argentina, Uruguay o Paraguay deberían adoptar, por un lado, un compromiso político integral y transversal para impulsar la implementación de tecnologías y prácticas sostenibles en la gestión urbana. Por otra parte, también se requiere de la colaboración entre el sector público y privado. Asimismo, es elemental contar con infraestructura digital y de telecomunicaciones con alta cobertura, que permita la conectividad y el acceso a las tecnologías necesarias para la gestión urbana inteligente.​

Todo esto debe estar acompañado de políticas de inversión e instrumentos que permitan su financiamiento, así como de políticas de capacitación que fomenten la formación de las personas en tecnologías y prácticas sostenibles. Porque, claro está, la gestión urbana inteligente tiene que tener un enfoque sostenible, que promueva la reducción de la huella de carbono, el uso de energías renovables y la mejora de la calidad ambiental.​

En síntesis, Reykjavik es una ciudad segura y vibrante, con una alta calidad de vida que invita a quien la visita a descubrir un verdadero hub de innovación. Y, por qué no, también a recorrer atracciones turísticas como la increíble Iglesia de Hallgrimskirkja, uno de los símbolos de la ciudad; las 18 piletas públicas y baños termales que hay en la urbe, el puerto viejo, los inmensos parques y espacios verdes y, un clásico de los clásicos, dejarse llevar por la belleza de las auroras boreales.

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